En un deporte
tan universal como es el fútbol, los sentimientos tienen más importancia
de lo que pudiera parecer. Las emociones están a flor de piel, y la
línea que separa la adoración del odio es muy estrecha. Que se lo
pregunten a Mourinho. Venerado por todo el madridismo tras lograr la
Liga de los récords, para marcharse tan solo un año después, en medio de
los pitos y críticas de los que antaño lo aclamaban. O a Fernando
Vázquez, al que la afición del Deportivo de La Coruña lo para en las
calles para demostrarle su inmenso agradecimiento, a pesar de no lograr
el objetivo de la permanencia en Primera División.
En Pío XII se vive una situación
parecida. El club se marcó como objetivo para esta temporada subir a la
Liga BBVA. Sin embargo, tras llegar a los play-offs de ascenso, el
equipo fue derrotado por la UD Almería, equipo que a la postre acabaría
subiendo. Aunque la afición se llevó una desilusión (lógica a fin de
cuentas), no ha afectado para nada a la estima que le tiene la parroquia
amarilla al entrenador. Sergio Lobera. El míster.
El cariño que le profesa la hinchada al
técnico es total. Se demuestra en cada ocasión en la que el entrenador
hace aparición en un acto público. La labor de Lobera al frente del
equipo empezó con mal pie, con una serie de partidos sin conseguir la
victoria que provocaron rumores de que iban a destituirle. Hasta que
llegó la eliminatoria de Copa del Rey ante el Racing. El equipo
consiguió eliminar al conjunto cántabro, tras una estupenda prórroga.
Durante el partido, y con la continuidad del técnico en el alambre, la
afición demostró que estaba con su entrenador, algo que Lobera y todo su
cuerpo técnico recuerda con cariño y gratitud. En ese momento, la
dinámica del equipo cambió. Se pasó de estar en puestos de descenso a
alcanzar los puestos de promoción. Una dinámica de 14 partidos sin
perder que llevaron la ilusión a toda una isla. La afición comenzó a
corear el nombre del míster en la grada, se creó “el Loberismo”, como si
del mismísimo Pep Guardiola se tratara. El juego a veces no era muy
vistoso, pero los resultados acompañaban y la hinchada estaba exultante.
A pesar de las dudas normales que se pudieran dar, todos confiaban en
que este año sí. Este año era el bueno. Como en Fuenteovejuna, todos a
una.
Desafortunadamente, la historia no tuvo
final feliz, y el club amarillo continuará una temporada más en Segunda
División. Aún así, no hay aficionado de la UD que no esté “a muerte”
con el técnico de la cantera azulgrana. Se nos avecina un verano
movidito, y que nos puede dejar una plantilla, a priori, de menor nivel
que la de la campaña pasada. Las cesiones de Murillo y Thievy expiraron,
y va a ser casi imposible que los dos sigan en la isla. Además, Vitolo
cambió el sol canario por el sevillano. Para paliar estas bajas, el club
se ha reforzado, a día de hoy con Máyor, Xabi Castillo y la vuelta de
Ángel López y Juan Carlos Valerón. La llegada del hijo pródigo, el mago
que nunca pierde la sonrisa, el eterno 21 que vuelve a casa para
retirarse dejando al club en el lugar que le corresponde: en Primera,
unido a la labor de un técnico joven, que ha demostrado estar
cualificado para el primer nivel, y que está comprometido con la causa,
hace que la ilusión de una hinchada que nunca se rinde no haya decaído.
Más allá del juego, más allá de los resultados, todo aficionado amarillo
debe estar agradecido al técnico zaragozano por algo muy simple, pero
que es una de las cosas más difíciles de conseguir: devolver la ilusión a
toda una isla. Empieza una nueva temporada, el objetivo de ascender a
la Liga BBVA será muy difícil, pero cualquier aficionado amarillo lo
tiene claro: “Con Sergio Lobera, nos vamos a Primera”.
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